15 Jun 2015

La súplica de una joven madre a las madres de todo el mundo

Por Fabiola

El embarazo, el parto y la lactancia son parte importante de la vida de muchas mujeres y sus recién nacidos; pero también lo son para una cantidad inmensa de seres vivos de otras especies, mamíferos como nosotros, con los que compartimos una serie de características físicas y psicológicas. Caitlin Campbell, la joven madre de la niña lactante cuya foto ilustra este artículo, reflexiona en este texto sobre el hecho físico y emocional de la maternidad y la lactancia, invitándonos a todos a re-pensar esa conexión tan íntima y única que conecta a las hembras y sus crías en todas las especies de mamíferos.

 

[Artículo de Caitlin Campbell "A Young Mother's Plea to Mothers Everywhere", publicado en la web de Free from Harm. Traducido con el permiso de la autora por Ecosofía].

 

Fui vegana por muchos años antes del nacimiento de mi pequeña niña, Melody. Habiendo sido defensora de los animales y vivido de manera vegana durante una parte significativa de mi vida, y tras haber prosperado en una dieta basada en los vegetales, para mí estaba claro que no iba a necesitar productos animales en mi transición entre el embarazo y la maternidad. (De hecho, la Academia de Nutrición y Dietética, grupo asesor oficial del gobierno de EE.UU en materias de dieta y nutrición ha declarado que una dieta vegana bien balanceada es apropiada para todas las etapas de la vida, incluyendo el embarazo y el parto).

Los saludables nueve meses que me llevaron a parir a mi perfecta y dulce niña fueron uno de mis tiempos más empoderadores y transformadores. Yo era la prueba de que una madre y su hijo pueden florecer maravillosamente en las etapas iniciales de la vida sin tener que participar de la explotación de los animales.

En el día del nacimiento de mi hija, me sentí maravillada ante los miles de millones de almas cuyos cuerpos me antecedieron, y que han exhalado y entrado en los difíciles trabajos del parto. Apoyada en mis manos y rodillas, mi cuerpo palpitaba y se contraía hacia el suelo, empujando a mi hija hacia las manos de mi partera. Me sentí conectada con todos los otros animales en este mundo -humanos y no humanos- que han padecido humildemente este agotador y desconcertante proceso. Con esa extraña experiencia vino una reverencia por la maternidad y las misteriosas maneras en que el cuerpo de la madre y el cuerpo del bebé han trabajado juntos, innumerables veces, para acogerse mutuamente y darse la vida.

Después del primer día, esperé impacientemente a que mi leche "bajara". Para aquellos menos familiarizados con las complejidades de los primeros días de vida (y hasta que yo me convertí en madre, también lo era), el cuerpo mamífero de la nueva madre producirá inmediatamente el calostro vital para su bebé, y por lo general comienza a producir leche para sus crías dentro de los dos o tres días después del nacimiento. Para mi, esos días fueron una difícil práctica de la auto-confianza; no creía plenamente en las capacidades de mi cuerpo. Pero entonces, al igual que miles de millones de madres antes de mi, comencé a producir leche para alimentar a mi recién nacida.

Aún cuando ese era el resultado esperado,  el proceso me sorprendió. Estaba asombrada de sentir mis pechos ardiendo y goteando cuando se llenaban de leche cada vez que mi recién nacida me daba señales visuales o auditivas de que tenía hambre. Casi cada vez que la veía con hambre, mi cuerpo reaccionaba físicamente y mis pechos se hinchaban al llenarse de alimento para ella. Esta era una expresión física del amor por otro ser vivo que nunca había experimentado antes, era un testimonio de la sincronización de nuestros cuerpos y de lo esenciales que éramos la una para la otra en esos momentos tan frágiles.

Fue durante esos primeros días de alimentar la vida de Melody que sentí una pena muy profunda por las vacas lecheras. Tal como las madres humanas, las vacas llevan a sus hijos por nueve meses en su vientre, al final de los cuales soportan un parto largo y doloroso. Pero a diferencia de las madres humanas, las vacas lecheras son forzosamente embarazadas de manera artificial mediante un proceso invasivo que involucra a los granjeros introduciendo su brazo en lo más profundo del recto de la vaca (para captar y colocar el cuello del útero a través de la pared rectal), mientras usan el otro brazo para insertar una larga "pistola de inseminación artificial" llena de semen dentro de su vagina. El semen se recolecta de los toros de una serie de maneras que decididamente violan el cuerpo del toro.

Una vez que los terneros nacen, son arrebatados de sus madres tras pasar algunas horas de su nacimiento para que los humanos beban la leche destinada a ellos (mira este video de la separación de una vaca de su ternero en una pequeña granja que lleva el sello de "humanitaria"). En vez de sentir el cosquilleo de las glándulas mamarias produciendo la leche a la vista, oído y tacto de sus pequeños lactantes, para las vacas madres, esa sensación es impulsada por máquinas sin sentimientos que violan su maternidad groseramente una vez que sus hijos les han sido robados (y, si el ternero resulta ser macho, es enviado al engorde y luego al matadero).

Tuve visiones de ser separada a la fuerza de Melody, y de estar rutinariamente conectada a un extractor de leche. No podía imaginar el dolor de esas madres ocultas, que fueron asaltadas y que les robaron a sus bebés y sus fluidos corporales para que los humanos podamos usar su leche como un ingrediente no esencial para barras de chocolate o tazones de cereal. Esa deprivación yuxtapuesta con la realidad de mi propia existencia saludable, libre de lácteos, me dejó angustiada. No necesitamos hacer esto a las madres vacas ni a sus hijos, ni a las cabras, ni a ningún otro animal. Los seres humanos no tienen absolutamente ninguna necesidad de beber lácteos de otras especies animales, eso es un hecho básico de la biología. No necesitamos violar la autonomía de los cuerpos de otros, de otras, para crear vida a la fuerza y disponer de ella, causando un interminable sufrimiento y trauma a otras madres y sus bebés.

¿Cómo puede alguien que ha sentido el amor angustioso y doloroso de dar a luz a un recién nacido, indefenso y confiado, desear que esto suceda a otra madre? Siendo una madre lactante, y especialmente habiendo pasado por las poderosas transformaciones físicas y hormonales de la maternidad en los primeros días después del parto, estoy devastada por el destino de las madres y los bebés de esta industria sin corazón. La industria láctea es en su esencia una traición abyecta a la maternidad y al cuerpo femenino. Afortunadamente, es increíblemente fácil y saludable tomar decisiones más éticas. Por el amor a las madres y a los bebés de todo el mundo, por favor empecemos de una vez, ahora.

 Fuente: Free from Harm. Fuente imágenes: Jo-Anne Mc Arthur/WE ANIMALS, Free from Harm, Sander van der Wel en Wikipedia.